Intento
aceptarlo mientras sacudo de mi mente las imágenes de tu cuerpo balanceando
hasta terminar de marchitarse, sostenido en el aire por la cuerda que sentenció
tu final.
¿Por qué?
me sigo preguntando con rabia seguida de un terrible sentimiento de
resignación, como si al saber la respuesta pudiera liberarte de mi desgarrador
deseo de no dejarte ir...
¿Qué
viviste los últimos momentos que te hicieron tomar aquella decisión? ¿Cobardía
o coraje? No imaginé que existiesen motivaciones, aparentemente opuestas, que
pudiesen juntarse tanto hasta el punto de que su línea divisoria se difumine y
las haga amalgamarse.
Me
recrimino como si alguna acción mía hubiese podido cambiar tan drástico final. ¿Quién
soy yo para creer que tenía ese poder? Un dolor ególatra me acosa intimidando
mi buen juicio y martirizando mi conciencia.
La vida es
ese recorrer ingenuo por aquel sendero que creemos infinito, pero el camino de
todas las personas tiene un final y creo, por alguna razón, que la fecha de
aquel final se nos es asignada desde el inicio del camino. Tú decidiste
controlar el cómo y no abandonarte a las maniobras del destino...
Bello pensamiento, muy bien estructurado. Es una emoción íntima, propio de tu cacumen y tu shungo, querida Pame.
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