19 de noviembre de 2010

Regresa...

Te escribo en un intento desesperado por reencontrarte, por saber a qué caminos te llevó la vida, qué experiencias estás viviendo que te tienen alejada de mí. ¿Te fuiste para volver fortalecida? ¿Te marchaste para que aprenda a sobrevivir sin tu presencia? Desapareciste para, finalmente, regresar y tomar el lugar que te corresponde en mí.

Eras tan mía que te confundí con el escenario que me rodeaba. Asumí con prepotencia que había hecho lo suficiente para mantenerte siempre dispuesta a salvarme cuando lo necesitara, acompañándome en todas mis travesías como mi escudo de protección; no me equivoqué en lo de ser mi escudo, mi error fue pensar que siempre recibirías las balas por mí.

Debo confesarte que no me percaté de tu ausencia, no al principio. Como mecanismo de protección, supongo, tu espacio fue inmediatamente sustituido por una versión ligera de ti, similar en la forma pero sin ningún contenido, quizá por eso me demoré algún tiempo en darme cuenta de que te habías ido. Tu reemplazo me jugó una treta y me hizo vivir una ilusión paradisíaca; me elevó por los cielos, aceleró mis latidos, me hizo sentir dueña de mis decisiones y del mundo; me hizo creerme superior a muchos y capaz de manejar situaciones inverosímiles; pero, como dije, fue solo una ilusión que ahora intento mantener llenando mi vida de ruido, gente, vicios y en la espera de la consumación de una pasión efímera que llegó vestida de rojo tentación y me lanzó a un agujero negro. Aquella pasión no consumada es la que me hizo darme cuenta de tu silenciosa huida.

Como ves, hoy me encuentro sin ti vulnerable, desnuda, incompleta, vacía; atrapada en un engaño y sometida al vaivén rojo y negro.

¿Qué debo hacer para que regreses? Te invoco por tu nombre, amada Autoestima, vuelve y saca de mí a tu mal reemplazo. Adiós Ego.

8 de noviembre de 2010

Negra consumación

Atrapada en toda una suerte de sensaciones que empiezan a apoderarse de mis sentidos; la siento envolver mi lengua con todo el fulgor de su sabor paradisíaco o, quizá, diabólico sabor, porque tanto éxtasis no podría proceder de lo divino, sino de la tentación de lo prohibido.

Ella se apodera de mí con la sutileza de la fiera que acecha a su presa hasta tenerla tan cerca que es inevitable su extinción. Así, me entrego con la sumisión de aquella que se sabe sentenciada por su verdugo.

Mi cuerpo se estremece, mi sangre hierve y la siento moverse por mis venas; y los pocos intentos que inicialmente hizo mi mente por contrarrestar tanta invasión de delirios se esfumaron; tuvo que rendirse y dejarse elevar o caer en las profundidades del no retorno.

Y unos segundos surrealistas de duración tan relativa como la percepción de eternidad, fui transportada a otro estado de conciencia donde fui fusionada y consumada por el placer.

No tengo otra forma de describir mi experiencia con la tarta de chocolate del Suzette.

2 de noviembre de 2010

Estrella fugaz

Siempre me he sentido profundamente intrigada por las personas que aparecen en nuestra vida como maremoto: destruyendo esquemas, haciendo que nos confrontemos con nuestras creencias, nuestros límites, nuestros principios, que replanteemos nuestros proyectos, nuestra manera de llevar la vida, y no porque esa persona que llega como avalancha lo haga o lo pida de manera explícita, sino porque su sola presencia genera todo esa gama de reacciones y emociones dentro de nuestro ser. Y ahí es cuando entramos en una clase de "crisis existencial", en la cual descubrimos con cierto estupor que esa persona que apareció como fantasma no provocó nada sino que lo detonó, que sirvió como la gota que derramó el vaso.

Cómo explicar este fenómeno tan sui géneris, este alocado ir y venir de ideas y sensaciones que llenan la mente y el cuerpo desde la perturbadora aparición de aquel ser humano, que más parecería un ser venido de otro tiempo, de otra época, de otra dimensión, de otro mundo; un ser salido desde las profundidades de lo oculto, de lo sin nombre, cuya presencia nos evoca una suerte de deseo primitivo y tal vez hasta un miedo reverencial.

Y qué hacer ahora cuándo el replanteamiento de nuestra vida y el deseo de estar con esa persona enigmática se amalgaman y no se ve horizonte ni salida, y lo único seguro que se tiene es saber que no se está seguro de nada, que el ayer ahora no significa nada, el ahora en un segundo será nada y el futuro, simplemente, no existe.

Dulce y terrible maremoto, agua tormentosa de la que salieron todos mis miedos y mis demonios, te pido que seas una estrella fugaz de mi cielo porque no soporto tu luz iluminando mi temible sombra por más tiempo...